
No he parado. Físicamente no habré hecho muchas cosas... pero por mi mente han pasado multitudes de ideas, de pensamientos... y he de decirlo, para que veáis por qué caminos os guiará este post... todos ellos malos. He sido muy pesimista. Y hoy he explotado.
El sábado, 14 de febrero, Día de los enamorados para parte del mundo, un día cualquiera para los que no podemos disfrutarlo. eGeo y yo no hemos hecho nada especial, tampoco me habría hecho especial ilusión. Para nosotros, es un día cualquiera. El medicuchillo bien me dijo que había que quitarle toda la importancia al evento para no sufrir por él... y es verdad, leches. No es el día de los enamorados, es el día de los hipócritas, al menos para muchos. No me parece bien que todos se acuerden de sus parejas un día al año, que los maridos compren dos docenas de rosas y las mujeres preparen fastuosos banquetes, para recordarse que se quieren. No me parece nada bien. Hay que hacerlo todos los días. Repartir todo lo que se da en el día de San Valentín a lo largo del año. Si eso, pues coger ese día o fin de semana para irse a un hotelito o a un viajecito, más que nada para aprovechar las ofertas que suelen hacer las empresas. Pero ya está. Como ya es conocido, San Valentín lo inventó el Corte Inglés.
Ese no era el problema. En realidad, ese día no hubo alguno. Lo pasé solo, estudiando algo por la tarde de matemáticas, hablando por teléfono con mi niño mañana y tarde, aguantando al pesado de Dani (un amigo también con serios problemas en casa) en mi cuarto porque necesitaba usar internet... haciendo mil cosas menos lo que tenía que hacer: terminar de postear la entrada anterior, el relato de lo ocurrido el viernes. Pero más vale tarde que nunca. A veces me amargaba un poquito, pero rápidamente me ponía a hacer algo y me mantenía en el buen ánimo. Sobre las 7 me fui a la calle, con Alicia, Martin, Chris y los demás, y hasta las 10 estuve, tiempo en el que me comí un taco con nachos riquísimo (ah, y unos donuts, dato clave en la Historia de la Humanidad xD). A esa hora me fui a casa de Sarita en la moto. Allí, con Sally y otro chico, estuvimos viendo Big Fish, película que me encantó... aunque ya empezaba a sentirme un poco mal. No podía seguir negándome que no tenía a nadie a quien abrazar. Y cuando digo a nadie, me refiero a eGeo, a mi novio... porque sé que a mis amigas sí las puedo abrazar... pero nunca será lo mismo. Lo que mi novio pueda sentir por mí al abrazarme no lo sentirán mis amigas. Ni yo lo sentiré por ellas. A la 1 y media volvía a casa, hasta las 4 no concilié el sueño, tras hablar dos horas con mi niño.
Ahora viene lo duro. Todo cambió de un momento a otro. Me había puesto el despertado a las 10 y media, pero lo apagué debido al cansancio y estuve hasta las 12, cuando me desperté. En esa hora y media, soñé, y mucho.
Soñé que estaba en una casa antigua, con muebles pasados de moda y cuadros de personas mayores. Era un colegio enorme, muy grande, sobre una colina, compuesto de varios edificios. Allí, vivíamos y aprendíamos muchos niños y niñas, todos juntos. También estaba eGeo, y yo estaba con él. Éramos novios... pero a escondidas. Nadie debía saberlo, ya que estaba terminantemente prohibido. Además, y una de las cosas que más me dolió, fue que eGeo estaba ciego. No podía abrir los ojos, siempre había de tenerlos cerrados. Intentaba abrirlos, y la luz le quemaba, el dolor era insoportable, y aun así, lo hacía para poder ver mi cara, y yo sus ojos desconocidos. En cierto momento, todo el mundo acabó descubriendo lo nuestro. La gente nos insultaba por los pasillos, nos tiraban cosas en el comedor, se reían de nosotros y nos menospreciaban, los profesores decían que era lo que nos merecíamos por ser así. Teníamos que escondernos, él estaba en otro recinto más alejado, y yo tenía que ir a verlo a escondidas. De repente, me encontré con un hombre negro y calvo, en una de mis escapadas, que decía que el colegio estaba en bancarrota. Lo cerraron, y comenzaron a llevarse a los niños, cada uno con sus padres. eGeo, mi niño, tuvo que irse con su madre, que le maltrataba. Entre gritos me separaron de él... pero nadie vino a recogerme a mí. Me quedé solo en el colegio, que comenzaba a caerse a pedazos. Había de vivir allí, ya que no tenía a nadie más, solo, recordando cuán desgraciado era al tener que esconder mi amor por eGeo, pero qué feliz era al estar con él, aunque fuese de noche y con temor a que nos vieran. En el sueño lloraba mucho, estaba muy muy triste.
Me desperté con esa sensación de soledad todavía en el corazón. Estaba preocupado por eGeo, quería que me viese, me era doloroso pensar que no podría hacerlo más. Lo primero que pensé al abrir los ojos fue que todo había sido un sueño, que podía darme la vuelta en la cama y ver los ojos de mi novio sanos mirándome cariñosamente. Me dí la vuelta... y solo ví la pared blanca. Entonces me derrumbé. Era tan intensos los sentimientos... los sentía de verdad. En el sueño, besaba sus labios, y tocaba sus ojos cerrados. Al despertarme, todavía sumido entre las nieblas de Morfeo, me había tranquilizado sabiendo que estaba ahí. Y después... caí en la realidad. Esos sentimientos se quedarían sólo en los sueños. No podía sentirlos de verdad.
He pasado una mañana horrible. No he parado de llorar. Cuando mis padres llegaron sobre la 1, intenté arreglarme un poco y que pasase desapercibido... pero ni eso conseguí. Mi labio empezó a temblar en su presencia, mientras me reprendían por haber llegado tan tarde la noche anterior, y hube de irme a mi cuarto. Estuve encerrado hasta las 3 y media, muerto de hambre. No dejé de llorar, cada vez con más fuerza. Mi cielo me llamó en una ocasión, y me animó... pero al colgar, volví a sentirme como siempre. El medicuchillo, Alicia y Martin fueron partícipes de mi estado, no podía negarlo, estaba mal, muy mal. En especial con estos últimos estuve hablando mucho, largo y tendido, sobre la situación. No ya en el plano personal, ni por el sueño, ni por San Valentín, ni por la distancia, ni por el novio, ni por la soledad, no por nada de eso. Estaba mal por mi historia, el curso que había seguido mi vida. Estaba mal porque mi pasado había sido terrible, el presente es sólo un poco mejor, y el futuro... esta mañana, el futuro acababa demasiado, demasiado pronto. Estaba furioso por todo lo que me había tenido que suceder. Estaba furioso con mi suerte, con mi destino, con el erial que era mi vida. Y esa furia incontrolada... una vez más, como tantas otras, se transformó en odio. El único culpable de estar solo, deprimido, sin besos, sin caricias, con marchas candentes de heridas todavía sin curar, de tener tan mala suerte, era yo. Yo, yo y sólo yo. Yo me lo había ganado. Yo tenía la culpa. Y por ello me odiaba. Por eso me detestaba todo lo que se podía detestar. Detestaba mi cuerpo, mi olor, mi cabello, mis manos, mi habitación, mi maldito teléfono móvil, mi ordenador y todo lo que hay tras él, detestaba mi pasado, mis viajes, lo que había deseado, meditado y soñado, odiaba ser tan estúpido, tan iluso, como para creerme con derecho a ser feliz.
Pero ahí estuvieron Martin y Alicia, de opinión férrea, con sus palabras sabias, tranquilizadoras, siempre apropiadas. Siempre les estaré agradecidos... nada más que por el hecho de haberme aguantado. Lo único bueno del problema es que conozco que es un problema, que sé que estoy mal, y por qué lo estoy. Dentro de mi subjetividad, consigo ser objetivo, y darme cuenta de la realidad. Que estoy deprimido por diversos factores, pero que esa depresión podría desaparecer en cualquier momento si yo me lo propusiese. Esta mañana, podría haberlo mandado todo a la mierda y ponerme bien... pero no quería hacerlo, porque con eso solo conseguiría postergar el dolor. Que se acumulasen más y más lágrimas, y que la próxima recaída sea demasiado dura. Necesitaba llorar, lo necesito mucho. Aunque siga con ese aletargamiento todo el día, en el que a cada momento me puede surgir una gotita suicida, sé que pasará. Esta noche me acostaré y estaré mejor a la mañana siguiente. Todo ha sido una mala anécdota, un mal sueño. Todo es un mal sueño. Un mal sueño...
¡¡Un besazo a todos!!