lunes, 15 de septiembre de 2008

Caminata cansada (pero recompensada!)


Estoy molido. Me duele la espalda, y las piernas. Y siento un gran pesar en mi mente. Pero empiezo por el principio...

Este fin de semana he estado en casa de mis abuelos, en Córdoba. No avisé, lo siento, mil perdones, y he perdido dos días en los que no he escrito. Como dije, ando falto de inspiración, necesito empezar las clases y que sucedan cosas nuevas. Ahora estoy en un período de transición, expectante, esperando a que pase el tiempo para que ocurra algo importante. Y ocurrirá. Por ahora, pasaré los días escribiendo sobre cualquier cosa, como por ejemplo sobre el camping, pues aún tengo dos posts empezados que aún no he terminado sobre esas vacaciones. Ya no las escribo para vosotros, sino para mi, para poder dentro de unos años recordarlo todo con claridad y detalladamente. Ese es otro de los fines de éste Diario... que en un futuro pueda ver cómo era mi pasado, rememorar viejos tiempos, saber que ya pensaba así (o que no pensaba de tal manera) cuando estaba en mi plena adolescencia.

En aquella casa de cuatro habitaciones, un gran comedor de muebles grandes, el salón acogedor, y las vistas al campo, los toros a la sombra de los robles y las enormes fincas, todo rodeado de gatos cariñosos y limpios, el ladrar de los perros en su patio, mi abuelita cocinando arroz (bueno, en esta ocasión no hubo), mi abuelo comentando el fútbol con mi padre en el salón, los juegos de mi hermana con mi prima pequeña de apenas un año, el gallo del vecino que canta a todas horas... Me encanta salir al porche delantero, sentarme en el ancho columpio (un banco que se columpia), bajo el extraño árbol parecido a un olvio enorme, acariciando a un gato, y no escuchando nada. El rumor del viento entre las afiladas hojas en los oídos, y por los orificios nasales el perfume del jazmín y de tierra mojada que embriaga el momento. Y pensar en vosotros, en mi vida, en las personas que la componen... pero de una manera distinta, diferente, ajena, sin subjetividad, como si en realidad nada importase.

El sábado por la mañana me levanté temprano, a las 8 y media ya estaba en pie, para salir a las 9 y pocos minutos a andar con mi padre. Provistos con nuestras enormes mochilas cargadas con botellas de agua (para tener peso), empezamos la marcha, primero hicimos 1km y medio por una larga carretera, y luego el resto del trayecto al lado de las vías del tren, viendo los campos de trigo, maíz, girasol y naranjos, bajo el justiciero sol aliviado por una suave brisa. Empecé bien, tranquilito, sin hablar apenas con mi padre, con algo de sueño pero despejado mentalmente. Al llegar a la vera de las vías comenzamos a andar sobre el verdadero campo, piedras y arena, hierbas secas que crean una tupida y cómoda colcha. Adoro sentir las piedras bajo mis pies, el murmullo que producen esos mundos diminutos sobre los que, imparables, mis titánicas zapatillas se posan, me cuenta mil historias, me hace ver por dónde voy, las huellas en la arena son la memoria de mis pasos y dejan el rastro de mi presencia. Esas marcas que no volveré a pisar, los pasos que nunca volverán atrás, siempre hacia adelante, avanzando hasta tocar el futuro.

Estuve hablando con mi padre sobre muchas cosas, y volví a descubrir que él es una persona interesante que sabe más de lo que parece, que tiene inquietudes, analiza las forma de actuar de las personas y saca sus propias conclusiones. Vi una vez más que él es como yo... es decir, que yo soy como él. Por eso quizás me deja libertad en muchos aspectos, él casi nunca me manda acostarme más temprano (cuando lo hace, es coaccionado por mi madre), me deja leer lo que quiera, escuchar mi música al máximo volumen, tener mi independencia... confía en mi, y eso me gusta. Con mi madre, eso no pasa... no nos conocemos casi nada. Como iba diciendo, el diálogo se extendió sobre el sentido de la vida, la religión, el más allá, los extraterrestres... sobre las grandes dudas, compartimos nuestras opiniones, que no eran muy dispares. 

Al hacer unos 8 kilómetros y llegar hasta un embalse no realmente bonito, tuvimos que desandar lo andado. Volver atrás, pero sin pisar la huella de mis pasos, pues aunque lleguemos al mismo punto de partida, siempre se evoluciona de alguna manera. Yo, desarrollé más que nada mi dolor de espalda a la llegada de esos 16 km que recorrimos en 4 horas.

Esa tarde del sábado dormí una larga siesta y me repuse casi del todo. Aquí empieza el pesar. Por eso mismo, por el pesar de la mochila sobre mi débil constitución, me empezó a doler la espalda, terminé realmente agotado. Aún hoy lunes me duele algo, pero ya ha remitido en parte. Entonces vi que quedaban unos escasos 20 días para hacer el camino de Santiago... y que yo no estaba para nada preparado. No puedo andar muy bien tantos kilómetros en este estado... la verdad es que no sé qué hacer. Si, aprovechar el tiempo. Iré a partir de ahora al gimnasio siempre que pueda, para reforzar los músculos de la espalda, pues los 6 o 7 kilos de la mochila son demasiados si los cojo de repente sin entrenarme antes. Quizás en el momento de hacerlo siga estando mal y no tenga fuerzas... pero hay algo que si me motivará para seguir adelante y apoyar un pie tras el otro, y es que el día 4 de Octubre, pasaré la mañana al lado de eGeo. Él tendrá el poder de hacer que pueda superar todos los obstáculos físicos, porque espiritual y anímicamente estaré en el paraíso durante mucho tiempo. Le quiero, por él voy a hacer el sobreesfuerzo.

El domingo por la mañana también me levanté temprano, a las 9, esta vez para comer churros. Pero churros de verdad, no las porritas madrileñas ni esas pijadas... churros gruesos, grandes y muy largos aceitosos, que están riquísimos mojados en chocolate caliente. Después me fui con mi tío y mi hermana a la clínica veterinaria del primero: mi hermana desearía ser veterinaria y quería experimentar un poco con ese mundo. Yo ya tengo una profesión descartada: demasiado mal olor, los perros me daban mucha pena (el más bonito estaba terminal), y no soporto la sangre ni las jeringuillas. Hasta mi hermana se mareó en un momento, pero dice que fue por hambre, sigue en pie con su deseo de futuro. Mucha suerte le deseo yo también, la necesitará.

Y ya está. Otro fin de semana más, sólo que este demasiado cansado. Ahora comienza la cuesta, la cuesta que cuesta, no descansar nada, empezar a estudiar hasta el límite, no dormir, e inflarme a café. Intentaré aprovechar estos últimos días de paz...

Un besazo a todos!!