lunes, 19 de enero de 2009

So happy (and sleeping) together...


Después de la abundante y deliciosa comida, de arreglar la cocina y poner el lavavajillas, nos fuimos al salón. Nos entró la morriña, ya sabéis, el adormecimiento tras la comida, cuando estás con el estómago lleno, se te cierran los ojos y solo piensas en la cama, en ocasiones terminando en la típica siesta española. Parece ser que ese fenómeno sólo se da en este país... cosa extraña.

Algunos cantaron, otros tocaron la guitarra y la batería, pero yo, más cansado que los demás, me senté en el sofá con Alicia, medio dormidos, cerca del crepitar de la chimenea. Comenzó entonces a dolerme la cabeza horrorosamente, a quemarme los ojos y a sentir que desfallecía. Estaba totalmente sumido en un sopor irritante, apenas me sostenía a ponerme en pie, me sentía con fiebre... y como es típico en mí, yo no dije ni mú. Alicia lo notaba, e intentaba sacarme de mi aletargamiento. Hasta que no pude más, y dije a todo el mundo que me encontraba muy mal. Martin me dijo que allá no tenían ningún medicamento... pero entonces yo recordé que al abrir casualmente un pequeño cajón de un mueble, había visto, milagrosamente, un paquetito de Espidifén. Desaparecí de escena y aparecí con el sobre en la mano, ante el asombro de los demás, dispuesto a tomármelo. Me sentó de maravilla, me curé en un plisplas, y ya pude unirme a la fiesta. Canté, bailé, salté, toqué la guitarra, me reí, todo fue genial.

Pasamos la tarde entera encerrados en ese saloncito. En ocasiones echaba un vistazo al móvil, que seguía sin cobertura todo el día. No podía darle ni un toque ni mandarle un mensaje a eGeo, como tampoco podía recibirlos. En un momento dado, me llegó uno que escribió 4 horas antes, entonces salí a la calle en la noche a buscar un poco de señal. Él sin duda estaría enfadado, mal, defraudado, porque vería que yo lo tenía apagado... y tenía que explicárselo cuanto antes. Conseguí al fin enviárselo, esperando que él se hubiera calmado. A pesar de no saber nada de él y de estar tan lejos, sé perfectamente cómo se siente en muchísimas ocasiones. Lo conozco como la palma de mi mano. Y sé también que le habría encantado estar allí conmigo, en esa bonita casa, con esa gente tan simpática, tan abierta a todo, tan libre de prejuicios. Cada vez que Martin y Chris, o Rober y J se daban un beso, algo en mi corazón hacía "crick", me sentía romper por dentro, más vacío que nunca. Yo, que he tenido una vida penosa llena de adversidades, ahora tengo que soportar una dolorosa relación a distancia, con muchísimos de sus contras y sus débiles pros, aunque eso sí, al final si todo sale bien la recompensa será enorme. Pero quiera o no... en ocasiones me canso y me harto... pero de ello aún no he de hablar.

La noche era ya total, comenzaba a hacer demasiado frío, y en nuestros estómagos rugía el hambre. Rober se metió de nuevo en la cocina, Martin puso música, Alicia bailó con ella, Chris preparó la mesa, J y M jugaron a la nintendo DS y yo hice un poco de cada. Las salchichas y las hamburguesas ya estaban en la mesa. En esta ocasión, no me gustó mucho la velada, ya que tenía el estómago algo revuelto, seguía sintiéndome mal... y a demás, descubrí tarde que las hamburguesas estaban poco hechas, con sangre aún. Y a mí la sangre en la carne me sienta muy muy mal... a parte de que me resulta repugnante, no puedo con ella, necesito las comidas muy bien hechas. Con malestar terminé de comer y me volví al salón. Nos pusimos los pijamas, yo exageré un poco, quizás, ya que iba todo doble. Me puse dos pantalones, uno de chándal y otro de pijama, dos camisetas, y dos calcetines. Llevaba unos solos boxers, los de eGeo, pero no eran necesarios más, porque ya me calentaban por sí solos (Toma lo que he dichoooo). Pusimos mantas en el suelo, nos tumbamos y estuvimos hablando sobre qué hacer. Al final se decidieron por un plan imprevisto para mí: ver un espectáculo de Les Luthiers. Yo le había llevado a Alicia unos DVDs que yo tenía, sabiendo que le gustaban... ¡pero lo que no sabía es que los verían allí con todos!.

A algunos les aburrió, como a J, a M y a Rober, pero a los otros tres les encantó. Entonces fue cuando, tumbados en el suelo, Martin y Chris empezaron con el tonteo, a besarse, a tocarse. A un lado estábamos Alicia y yo, pendientes de la pantalla, intentando hacer oídos sordos al muack muack, aunque era inevitable. Yo... no me sentía muy bien, lógicamente... pero bueno, ya sabía que eso ocurriría, y venía preparado. En el viaje de ida esa misma mañana me había concienciado de todo, de que debía pasármelo bien, olvidar los problemas, la lejanía, la soledad, todo, simplemente divertirme con mis amigos. Pero... era inevitable. Alicia, ella fue mi punto de escape. Hablando con ella de chorradas, riéndonos con Les Luthiers, o explicándole chistes, conseguía evadirme de todo. Ya eran casi las 3, no teníamos sueño, pero aun así nos fuimos a la cama.

Habíamos preparado con anterioridad una habitación para dormir, con sus estufas puestas todo el día con el fin de caldearla. En el centro había una cama de matrimonio, y a los lados, dos colchones en el suelo. Nos dispusimos de la única manera posible... y la más triste para mí. A un lado, Chris y Martin se besaban bajo las sábanas, a otro J y Rober se acariciaban, y en el medio, el Gato miraba las vigas del techo con los ojos como platos, entre las dos chicas. Hablábamos, nos reíamos, Rober no paraba de decir tonterías y de hacer el payaso, no teníamos sueño, no nos queríamos dormir. Como me dijo Alicia, para ella dormir era morir, ya que nos quitaba tiempo de nuestras vidas. Yo le dije que cuando dormíamos, podíamos soñar, sueños que después podríamos hacer realidad. A pesar de mi aparente positivismo, yo me hundía cada vez un poquito más entre las sábanas, atravesando el colchón, el somier y las baldosas del suelo, llegando hasta el lugar en el que muchos años me había recluído.

Menos mal que sobre las 4 conseguí conciliar el sueño, entre los sonidos en estéreo de las parejas felices.