martes, 7 de junio de 2011

El Día del Retroceso.

Volvamos así, a la carga, de repente, sin dar explicación de nada. Necesito vomitar, y creo que será lo mejor. Retomemos el viejo hábito de la escritura automática, de la necesidad de ampliar las oraciones lo máximo posible.


¿Qué decir del día de hoy? Raro, diferente, igual que el resto de días en los que tengo entrega de Proyectos. Aguantar toda la noche en la fría sala de estudios, con los otros tres gatos irresponsables que, como yo, hacen las cosas en el último momento. Es una sala grande, con amplias mesas plagadas de agradecidos enchufes, en la que se siente constantemente la vibración del aire acondicionado. Las latas ardientes de coca cola se dispersan por todos lados, y el hambre hace estragos en los minutos más insospechados. Con el spotify echando humo, agotando las últimas horas de libertad cultural y apurando el fondo de armario oculto del iPod (porque, como todos sabéis, siempre tendrás canciones en el iPod que jamás hayas escuchado, proporcionalmente en número a la capacidad de memoria, lógicamente). Me acompañaron las damas esta noche: Keren Ann, Feist, Agnes Obel, Melody Gardot. También recuperé a mi gran Lewin, ese gran amado, de cuyo descubrimiento fue testigo este blog y todos los que lo leíais. Volver a sentir cosas de antaño. Podría decir que ese es el tema por el que se ha regido el día de hoy: recuperación del sentimiento.

La noche avanza, con mi compañera de grupo a mi lado, con mayor rapidez de lo normal. Sin darnos cuenta, son las 5 de la mañana, y en tres horas tenemos la entrega. En este momento sucede lo que ya es ley. En la última porción de tiempo que disponemos, realizamos el 70% de todo el trabajo. Entrega tras entrega este fenómeno se ha ido produciendo y asentando, tanto que esperamos a ese momento pacientemente para empezar a trabajar, con la naturalidad del que conoce el mecanismo del reloj. Algún que otro render, secciones por aquí y por allá, una parrafada de densos tecnicismos por mi parte (que siempre impresiona a los profesores), retocar el modelo de una vivienda o buscar imágenes de referencia. El trabajo, deshilvanado, comienza de repente a tomar perfil, con suavidad, como en ese momento el sol dubitativo despierta de su letargo. El tiempo entonces se detiene y corre hacia atrás: los minutos son horas, en cada segundo puedes ejecutar mil comandos en tu cabeza.

Ya los primeros estudiantes vienen. El hambre ataca con más fuerza. Ahora sí bostezas, te acuerdas de dónde estás y de lo que haces. Sentado en la misma silla 8 horas sin mover la vista de la pantalla, las sensaciones son despreciables. Ir a imprimir rápidamente, correr a clase, y dejar el CD y los paneles en su sitio. Los profesores (en Proyecto vienen en pack) saludan, y poco después deja exponer. Mi compañera, como siempre, tomó la palabra sin dudarlo, así que me limité a asentir de vez en cuando.

A las 11 y media salimos de clase. Salí para casa, y llegué en poco tiempo. A las 12, tras una llamada a mi madre para celebrar que sobrevivo, me acosté. Dos horitas, deliciosas. Salí a las 2, hice algunas gestiones, y me fui para la biblioteca: había que grabar otro CD más, esta vez para la entrega de Historia.

Y allí fue. De repente, empezó el Día del Retroceso. Comenzó la jornada de recuerdos, de reminiscencias de tiempos oscuros, de encuentros inesperados, de desazones inoportunas en las palabras más fortuitas, de opiniones desaprobadas, de consejos inoportunos, de ahogo, de pérdida y recuperación. Desde ese momento se han sucedido una serie de circunstancias, todas casuales, que hacen que una vez más, dude de mi, de mi pasado desaprovechado, de mi presente renqueante y de mi futuro asustado. He vuelto a verme en los espejos a los que gritaba hace ya algún tiempo, reclamando justicia, o tal vez buscando alguna solución. He vuelto a los quince, a los catorce y a los deciséis, a los 18 y hasta hace unos meses: he vuelto a este blog, que ya creía dispensable. Ha caído estrepitosamente el mito que me animaba a seguir: yo. Ella ha aparecido en escena, como cualquier día, pero con más fuerza y presencia que nunca, arrasando. Y, como las grandes artistas, ella lo abarca todo.

Estaba sentada dos mesas más allá, con un vestido oscuro de pequeñas flores y un leve encaje, sobre pantalones cortos de color bajo las que asoman, ocultas en medias divertidas, sus piernas de vértigo. Pelo alborotado, libre, que quiere gritar, de un rojo pasión, o un rojo miedo, o un rojo que sabe que no es tan rojo como cree. Uñas amarillas, varias de ellas de otros colores. Pulseras, pocas, recuerdos, tal vez de algún festival. Discretos pendientes, ella no los necesita para llamar la atención. Ella se oculta detrás de la pantalla del portátil, pero todo el mundo la ve, pero ella ve a todo el mundo, desde su fortaleza natural, desde su cuerpo extraño, siempre ajeno a todo lo que le rodea, pero cuya presencia nunca se deja de sentir.

Ella. ¿Quién es ella?

Ella es Eva.


La primera mujer que apareció en mi vida.