Ahora empezaré a hablar del segundo problema que se me plantea. Un problema no tan vanal como el anterior, un problema mío, personal, mucho más difícil de sortear: la depresión.
Ayer no escribí mucho por eso mismo. Ayer tuve un mal día, sí, muy malo. No hablé casi nada, lo justo. Como dije, enmudecí, y no iba a hacer nada por cambiarlo, no podía. Pasé la tarde sin pena ni gloria, hasta que me fui a las clases de inglés. Allí se hizo más patente mi desazón, el chico que estudiaba inglés con entusiasmo desapareció y dio paso a un chico callado que cometía errores en los ejercicios más evidentes, hasta el extremo en el que la profesora me preguntó que si estaba bien... entonces Kitty (voy a las clases en la academia con ella y Marcos) saltó diciendo que no, que llevaba algunos días que no estaba bien. Me sorprendió... pero era verdad, hasta ella se había dado cuenta, aunque no había dicho nada sobre el tema.
A la salida, a las 10, no podía más. Me preguntó Kitty que qué me pasaba, y exploté. Me puse a llorar como tonto, no sabía por qué, por ahora sigo desconociendo la razón exacta de mi decaída. Me abrazó y le dije que no se preocupase, que no me pasaba nada, que todo iba bien, y todo el rollo. Volví a casa llorando como una magdalena, con Feist cantándome al volumen máximo en mis auriculares sagrados, que me ayudan a evadirme del exterior y no oír nada más, tan solo lo que mis oídos desean escuchar. Afortunadamente, al subir en el ascensor me fui recuperando, y a la hora de hablar con eGeo estaba como una rosa.
Recuerdo ahora lo que pensaba en ese momento, y sí, veo qué me puede haber hecho sentir así. Una vez más, me pasó todo lo que me pasa siempre: la distancia, la soledad, el futuro, el deseo frustrado... pero más que nunca volvió el pasado. Y todo, una vez más, por la culpa del ex de Adán, el niñato ese al que en una ocasión llamé Arnolfo (en segunda parte de La Gran Historia del Pequeño Gato), que me hacía rememorar todo el daño que me habían hecho. Y todo lo solo que había estado, lo desamparado, lo deprimido, lo horrible que era mi vida, y cómo me veía a mí mismo, tan estúpido, tan culpable, tan odioso. Ayer volví a ser el chico que durante varios años fui, callado, sumiso, solitario, entregado a su mente, pensando sin hablar, o hablando sin pensar. Algo que acrecentó mi malestar emocional fue mi gran enemiga, la cara amarga de la suerte, cuando no te corresponde a ti. Hay sólo un camarote de dos personas. Entre todas las parejas que hay en 2º de Bachiller, que hay muchas, por sorteo les cayó justamente a Kitty y a Andrés. No pasa nada, me alegro por ellos, que lo pasen bien... pero no, a veces no puedo. No me alegro. Porque sé que yo me merezco mucho más que ellos lo que tienen. Están juntos, pero como si no lo estuvieran, su relación es extraña: se ven todos los días, pero no se dan casi nada de cariño, el chico le sigue haciendo muchas putadas a mi amiga. Hasta otra compañera de clase (Ariadna) me lo dijo, se nos veía más unidos a eGeo y a mí que a ellos dos. No me parece justo esto, para nada.
No es que no quiera que sean pareja y felices, ni mucho menos... lo que me jode, lo que me saca de quicio del todo, es que yo, que tengo una relación mil veces más fuerte que la de ella, no puedo siquiera ver a mi novio. Y para colmo, tengo que seguir aguantando a los fantasmas del pasado, que durante una semana aguantaré cara a cara, sin tener ningún apoyo del que necesito, sin tener esa mirada que me dé todas las fuerzas necesarias. Por eso pienso, y sé, que en el viaje lo pasaré mal. Las parejas que no se quieren suficientemente simularán su amor, mientras que yo gritaré al cielo y vagaré errabundo por los pasillos con la cámara en mi mano, en vez de la suya. Entonces sí, seré yo el que se haya convertido en fantasma, y no querré ni verme.
Claro está, también hay pros... que podré pasarlo bien, que conoceré mundo, que haré fotografías, que iré en un barco de lujo. Podré al fin despejarme y respirar aire puro en alta mar, sentirme algo mayor, un poco más independiente. Y un poco más cerca de mi niño, aunque los kilómetros que nos distancien sean ya miles. Saldré a la noche y diré en voz alta tu nombre, te llamaré, y te buscaré entre las estrellas. Y sé que algo pasará, lo sé. Lloraré.
Mientras pasan estas dos semanas, intentaré reunir las fuerzas suficientes para lograr vencer a los contras y que los pros pesen más que nunca.
Claro está, también hay pros... que podré pasarlo bien, que conoceré mundo, que haré fotografías, que iré en un barco de lujo. Podré al fin despejarme y respirar aire puro en alta mar, sentirme algo mayor, un poco más independiente. Y un poco más cerca de mi niño, aunque los kilómetros que nos distancien sean ya miles. Saldré a la noche y diré en voz alta tu nombre, te llamaré, y te buscaré entre las estrellas. Y sé que algo pasará, lo sé. Lloraré.
Mientras pasan estas dos semanas, intentaré reunir las fuerzas suficientes para lograr vencer a los contras y que los pros pesen más que nunca.
¡¡Un besazo a todos!!