viernes, 24 de octubre de 2008

eGeo y Gato - Séptima parte: Subiendo al cielo.


Después de la tan esperada llamada, y tras reponerme anímicamente, le dije a mi padre (quien estaba sentado debajo del albergue) que iría a dar una vuelta a buscar a eGeo. Atravesé el pueblo hasta la entrada, por donde llegué de hacer el camino, pensando que él estaría por allí. Anduve y anduve impaciente, aunque sabía que llegaría en unos 20 minutos después de su llamada. De la ventana de una de las casas del pueblo, casas antiguas y grandes, colgaba un maceta con flores, y en medio de ellas, un clavel que se alargaba hacia el exterior, poniéndose a mi altura, como incitándome a lo que llegaría a hacer. Miré a derecha e izquierda, no pasaba nadie, así que sesgué con cuidado el largo tallo que la naturaleza me ofrecía, y seguí con mi intranquilo pasear.

Finalmente, me llamó, preguntándome que dónde estaba. Me indicó que me dirigiese hacia la Iglesia... y allá que fui, casi corriendo. Ya la veía desde lejos, sólo tuve que callejear entre aquellas antiguas y frías paredes hasta llegar a su base. Allí, frente un pequeño parquecito, lo esperé durante poco tiempo, pues rápidamente apareció con la bicicleta. Se bajó, y nos abrazamos. Él decía que olía a sudor, me pedía perdón... pero yo le dije que no me importaba, pues olía a él, y todo lo que le perteneciera yo lo quería con igual fuerza. Apoyó su bicicleta en un árbol, puso la cadena... y entonces le regalé el rojo clavel. Mi niño se equivocó cuando lo dijo en su blog... no es una rosa, nene, es un clavel ^^ ¡Ay, pero qué mono, él también se equivoca!

Ya estábamos juntos... al fin. Eran alrededor de las 5 y media, si no recuerdo mal,  y hasta las 9 quedaban aún muchas horas de felicidad que podíamos compartir como pareja. Porque eso éramos, eso me sentía... al fin, pareja de alguien. Preocuparme por él, que alguien se preocupase por mi, tener muchísima confianza en cualquier momento, saber que lo que hago es lo correcto, estar compenetrado con el otro... estar sólo para eGeo, y que eGeo estuviese sólo para mi. Eso me encantó... éramos dos. Por fin en mi vida todo adquiría un carácter par.

Bajamos por el parque para ir al albergue, dispuesto a coger los regalitos que tenía para él en la pesada mochila, y quería que me acompañase... pero claro, mi padre estaría por allí y lo vería. Entonces se negó, alegando que le daba vergüenza, que no sabría qué decir, que no quería conocerlo... imagino que tendría algo de miedo, y vergüenza, eso lo comprendí. Pero le convencí... quería que lo conociese, pues ya que eGeo es único para mi, es importante que entre de lleno en mi vida. Sabía, y tenía ganas de que así fuese, que si mi padre ya lo conocía todo se volvería más seguro, más sostenible, ya no habría vuelta atrás y siempre existiría un eGeo en mi vida.

No sabíamos bien dónde era, así que dimos un rodeo un poco tonto, y aparecimos delante del albergue. Luego nos dimos cuenta de que la iglesia estaba justo detrás del albergue... El caso es que desde lejos ya pudo ver a mi padre, que estaba tomando el sol con una cerveza en una mesa, y los brazos abiertos con las manos detrás de la nuca. Nos acercamos a él, yo mucho más tranquilo de lo que podría imaginar... le presenté a mi amor (por supuesto, no dije eso... le llamé por su nombre, aunque intenté que el cariño no se notase mucho), se estrecharon la mano, y mi padre bromeó algo con él, que se rió un poco, cortado, y me siguió hasta la puerta del albergue. Ya le había dicho yo que mi padre era muy bueno, que sabía tratar con la gente y que le caería bien. El contacto duró lo mínimo, pero algo es algo, ya sabe que no es un ogro y que no se lo va a comer.

Subí al albergue y bajé corriendo con los regalitos, pero para dárnoslo ya habría tiempo después. Nos fuimos paseando por el pueblecito, hasta una tienda de comestibles, donde nos compramos una botella grande de Acquarius. Fue maravilloso darse la mano por debajo del mostrador... delante de la mujer, y con unos chicos detrás... hacía algo prohibido con la persona que más quería. Me indicó dónde vivían sus abuelos, y me estuvo hablando de ellos y de la relación con su madre. 
Entonces nos fuimos andando hasta las afueras del municipio, subimos una cuesta, ya ajenos a la sociedad, donde pudimos darnos la mano, abrazarnos y besarnos. A él le pesaba la mochila, pues llevaba más cosas, así que se la llevé yo. Me encantaba ir andando con él, al mismo paso, con mi cabeza apoyada en su hombro, parándonos muchas veces para besar esos labios tan suaves y dulces. Estaba feliz, radiante, relajado, acompañado de cierta persona por la que mi corazón daba saltos de alegría, en paz conmigo y con todo el mundo. Me sentí en mi lugar al fin, algo diferente en mi, ya que siempre me he sentido como un extraño en cualquier lugar. Pero no, a su lado, bajo su brazo, sí estaba bien, estaba protegido y tenía algo asegurado. Además... era tan mono, tan guapo! Tan alto y con un cuerpo tan bonito, con una personalidad increíble, muy dulce, tierno y cariñoso, todo lo que yo siempre habría necesitado. A cada frase asomaba un "mi amor, mi vida", y lo mejor era cuando me susurraba al oído que me quería. Si tuviera que guardar un solo recuerdo de toda mi vida, guardaría ese... las veces que sus labios pronunciaron entre mi pelo un "te quiero" dulce y melodioso.

Llegamos hasta una colina, una especie de pequeña meseta ocupada por un campo de vides. Ni pensamos que fuese propiedad privada, ni que pudiese haber alguien... nos daba exactamente igual. Estábamos ciegos de amor... en esa tarde tan bonita de principios de Octubre, bajo un cielo rasgado de coloristas nubes, y con el chico más estupendo del mundo, nada podía salir mal.

Y allí llegamos... y allí pasó todo lo que tenía que pasar, de lo que nada me arrepiento....

(Continuará)

¡¡Un besazo a todos!!

PD: Eso es Navarrete... un pueblo que nunca olvidaré.