martes, 9 de diciembre de 2008

¡Cuál gritan esos malditos! / Pero, ¡mal rayo me parta / si en concluyendo la carta / no pagan caros sus gritos!



Lo confieso.

Estoy mal. Mal, muy mal. He pasado varios días terribles, salvo los breves momentos de felicidad hablando con eGeo. Gracias a él he sobrevivido al finde. Le debo tantas cosas...

Sí, estoy mal. Mi estado anímico comenzó su degradamiento el viernes por la noche. Os recuerdo que salí pitando para asistir al teatro, a la representación de "El Burlador de Sevilla". He de decirlo ya, porque exploto: Maravilloso. Me encantó. Estuvimos viendo la primera versión, la original y pura, la de Tirso de Molina, interpretando como su personaje principal, Don Juan, el famoso Fran Perea, sí, el sosillo ese que estaba alelado siempre con su guitarrita en Los Serrano. ¡Pero vaya como ha cambiado! Barba, pelo en el pecho, unos abdominales de lujo... porque sí, a cada rato estaba desnudándose, y es que el primer Don Juan era más... efusivo, digamos. Y desnudos integrales, ¿¿eh??. Que se le veía revolcándose con otra muchacha muy contento en varias ocasiones...

Pasando del tema sexual, y de las obvias miraditas que no pude evitar desde mi asiento en el patio de butacas, la obra estuvo muy bien. Cantaron mucho y bien, buenas voces tenían. También bailaron por el escenario, compuesto en todo momento por cuatro sillas y dos largas mesas de madera. Me gusta el teatro minimalista, obliga al espectador pensar si realmente quiere disfrutar, te permite recrear la escena en tu mente. Cerraba los ojos, los oía... y sentía que sí, que estaba allí, en un blanco patio andaluz de Dos Hermanas, escuchando a Aminta cantar y zapatear sobre las losas de barro, rodeada de geranios colgantes tapando los azulejos coloridos, el olor a la tierra mojada calentada por el sol y esa sensación que se queda después de comer, cuando el alma se apacigua y la mente obliga al cuerpo a buscar su reposo. En ese momento, sí estaba en paz... las dos horas y media se pasaron en un suspiro.

Al salir al frío ambiente malagueño, todo cambió. No hacía realmente frío, pero sí era frío todo loque me rodeaba. Los coches, las oscuras luces festivas, más que nunca me pareció triste el inmenso (y falso) árbol iluminado de Navidad que nos observaba ante el teatro Cervantes. Pero algo me mató del todo. A la salida, aparecieron parejas y parejas y parejas... todas felices, sonriendo, cogidas de la mano, respirando su aire limpio, admirando con alegría y esperanza el dichoso arbolito brillante. Claro, como no, eran esas parejas que iban al teatro juntas, a ver Don Juan Tenorio, uno de los mayores representantes del romanticismo... en un recinto enorme, con mil parejas más, una forma más de expresar su amor. Se me cayó al alma al suelo. Ahora estará ahogándose en el Mediterráneo, tras haber pasado por todo el alcantarillado y ser arrastrado con la suciedad e inmundicia hasta el mar contaminado. Me sentí solo.

Pero aguanté. El viaje en coche hasta Torre del Mar fue lento, fatigoso, mientras mi móvil agonizaba en llamadas del pobre eGeo, que esperaban mi contestación. Nada más llegar a nuestro pequeño remanso de paz, le mandé un mensaje... pero no obtuve respuesta alguna en toda la noche. Lo pasé mal. Pero no por no haber podido hablar con él... lo pasé mal porque me sentía solo, muy solo.

El sábado y el domingo transcurrieron como todos los sábados y domingos que paso en la casita de allá. Tocando la guitarra, haciendo puzzles, aprendí a interpretar un fácil vals en el acordeón. Hice fotos feas, dormí mucho, hablé tres horas el sábado con eGeo como compensación, me leí Don Juan Tenorio (ésta vez el de Zorrilla). Y el domingo... se me volvió a caer el cielo encima. El novio de mi hermana se apareció de repente por la tarde ante la puerta (se entiende que vino en coche... no fue por generación espontánea), para darle una sorpresa. Entonces claro, se alegró mucho, ya estaba feliz, contenta, la familia revolucionada, porque el novio le había visitado. Y de nuevo no pude evitarlo... la cara se me alargó, aparecieron ojeras bajos mis párpados, el pelo se ensució y los huesos se enfriaron. En toda la tarde hasta bien entrada la noche apenas hablé la boca. Mientras todos jugaban al billar, yo me escondía en mi cuarto, viendo la tele tumbado en la cama, tragándome documental tras documental. ¿Sabíais que Dalí mantuvo relaciones sexuales con García Lorca? Aunque el primero aseguraba su heterosexualidad... la verdad es que me habría gustado conocerlos. Pero ya era imposible. Todo ya era imposible.

Quería que mi novio viniese también a visitarme a mi casa, pero era imposible. Quería comer con él castañas en el fuego, o patatas asadas rodeados de mi familia, pero era imposible. Quería enseñarle a jugar al billar y  con él ganarle a mi padre en el ping pong, pero era imposible. Quería abrazarme a él y casi tirarlo al suelo, como mi hermana había hecho cuando él apareción, pero era imposible. Quería tumbarme con él en la cama y ver cualquier chorrada en la tele como hacía mi hermana, pero seguía siendo imposible. Y, sobre todo, quería tocarlo. Sentir su piel, su ser, su materia. Volver a recordar que no es un sueño, que es real, que existe y es tangible y comprobable por los sentidos. Pero esto sí que era y es imposible. Algo tan simple, tan normal en las parejas normales con sus vidas normales, piel contra piel, ni un beso siquiera pido. Pues eso tan fácil que tiene tanta gente que consigue tener su media naranja... me es prohibido para mi. Por eso en mi colchón me rodeé de pañuelitos mojados. Porque es imposible.

Cené como pude y volví a la cama. Hablé con él, y gasté más pañuelitos. Y muchos más necesité cuando me colgó al límite del tiempo que tenemos para hablar. Pasé un fin de semana horrible, y mi padre lo notó. Me preguntó por cómo estaba yo, y no le pude decir que estaba bien. Tampoco me explayé sobre lo que me ocurría. Solo que andaba tirando con fuerza, más que nunca. No quise seguir hablando del tema... aunque en el fondo lo necesitaba. No lo hice por una sola causa: que no serviría de nada. De nada sirven estas palabras que escribo, tan solo su misión es rellenar espacio en mi blog y que aparezca primero en los blogrols de los demas. De nada sirve que le diga a Kitty que estoy mal, o a Sarita, a Lara o a Sally... de nada sirve, de nada sirve. Precisamente porque yo sí sé cómo ayudar a los demás, sé que nadie me puede ayudar a mi. No hay palabras de consuelo, ya las he oído todas, pues antes ya las he pronunciado yo. Necesito actos. Una caricia. Un abrazo. Un segundo beso de amor. Lo malo de todo es que sólo me lo puede dar una persona... y para llegar a ella he de esperar mucho.

Tengo miedo, la verdad, de muchas cosas. Una de ellas es la distancia. Tengo miedo de que este sentimiento oscuro que invade mi agitado corazón continúe hasta que algo cambie, para bien o para mal, y que ese período de extienda demasiado. No quiero volver a ser una persona triste, no quiero, no, no y no. Quiero ser feliz. Pero sólo puedo ser feliz contigo, mi amor. ¿Qué puedo hacer entonces, qué puedo hacer? Nada. Esperar. Si tengo que sufrir, sufriré, estoy acostumbrado. Al menos, aunque no sirva de mucho, sé que lo que espero vendrá, mis esperanzas están puestas en una empresa segura que, con suficiente tesón y voluntad, llegará a tener éxito.

Los días siguen. Las personas me atormentan, una de ellas es Kitty. Mañana os contaré qué ha pasado. Ahora me dirigiré a su casa. Tengo prometido no llorar... pero lo necesito. Me pesan los ojos.

¡¡¡Un besazo a todos!!!


PD: Os regalo mis preferidos versitos del Don Juan de Zorrilla....