sábado, 27 de diciembre de 2008

Esta noche es Nochebuena, y mañana Navidad (1ª Parte)



...saca la bota, María, que me voy a emborracharrr...

No precisamente eso pasó en Nochebuena ni en Navidad, ya que ni había botas, ni alcohol, ni María (Huy que mal queda esooo...), pero si hubo música, bailes, cangrejos, viajes y fotografías. Pero vayamos por partes.

El principio empezó con los primeros sucesos. Dije (aunque no, me parece que al final no lo dije, así que lo digo ahora), que el martes saldría con las dos mujeres de la casa a las 4 de la tarde en tren hacia Málaga y de allá hasta Antequera en bus. Al final, por prisas previsibles de mi madre, se decidió postergar el "entrene" (el "embarque" en el tren) a las 5, por lo que mejor para mí. Lo que no se pudo preveer bien era que las prisas se demorarían más, pues aunque corriésemos hasta la estación, el alegre señorito vendedor de entradas nos dijo que "no hacía falta que os déis prisa, que el tren ya se ha ido". Mi madre entonces apunto estuvo de coger una de sus rabietas depresivas, mi hermana se calló y se retiró a un lado con la maleta, y entonces yo tuve que sacarlas adelante. Mi madre ya entonces daba por perdida la misión, iba a llamar a mi abuelo para decirle que no nos esperase, que cenase solo... cosa que a mí me dió una pena inmensa, quería verlo alguna vez en estas Navidades, así que saqué el horario de autobuses del bolso de mi madre y simplemente busqué la siguiente salida. A las 7 y media partía uno, así que teníamos tiempo suficiente para esperar una hora, coger el tren de las 6 menos cuarto y pasar en el Vialia una horita. 

Lo arreglé con ella bien, la convencí poniendo como excusa (verdadera) la pena que sentiría mi solitario y abandonado abuelo, y se acordó. Durante esa hora no hice nada, tocar el piano y tal, volvimos, y ya cogimos el tren adecuado. Poco más que contar, durante media hora en el Vialia estuve hablando con eGeo, y en la otra mitad buscando a mi madre y a mi hermana. El viaje en bus fue bonito, casi me dormí. No sé qué me pasa ahora, que en cualquier medio de transporte, me duermo. El caso es que llegué a Antequera a punto de caer en los brazos de Morfeo, pero no hubo otro remedio que recostarse y abrir bien los ojos. La noche pasó sin más pena ni gloria, durmiendo en el antiguo, pero bien conservado y muy grande piso de mi abuelo en el centro.

A la mañana siguiente me volvieron a separar de Morfeo, esta vez para caer en las garras del poderoso caballero Don Dinero: me fuí de compras. En realidad, mi madre había planteado echar un vistazo por las tiendas antequeranas, pero finalmente acabamos con dos bolsas cada uno. Yo, un jersey fino muy mono, y de repente, en una tienda de discos, algo de lo que me enamoré. Una camiseta... perdón, LA camiseta de La Casa Azul. La que véis en la foto. Me encantó, hasta el dependiente me dijo que tenía buen gusto eligiendo y escuchando música. Entonces avisé a mi madre corriendo, para que me diese dinero y luego devolvérselo yo en casa... aunque terminó por regalármelo. Salí con una sonrisa iluminando las calles de la encapotada ciudad, mirando a cada dos pasos mi camiseta nueva. Llegué al piso, y al poco rato llegó mi padre desde Fuengirola en coche. Comimos, durmieron la siesta, y nos fuimos a casa de mis abuelitos en Palma del Río.

Llegar, leer la revista Pronto y empezar con el tapeo sobre las 8 o 9, lo típico allá. Gambas, almejas, jamón y queso, y los piquitos de pan no pueden faltar. Comimos en la mesa del gran salón, momento de reunión que aproveché para una de las cosas que más me gustan. Poner música en el tocadiscos. Desempolvé los muchos discos que aún quedan (los mejores me los llevé a casa, aquí están, para que en un futuro tengamos algo curioso con que decorar nuestro apartamento en la ciudad X o en Madrid), y el ambiente se inundó de ese sonido característico de los discos antiguos, con el ruido de fondo, la voz melodiosa y los ritmos tranquilos, apaciguadores, de las canciones de ayer. Los vinilos de María Dolores Pradera, Luis Aguilé, Antonio Machín, entre muchos otros, giraron sin cesar durante toda la velada. Ahora, voy a confesaros algo muy muy muy fuerte, que puede que os aparte por siempre jamás de este blog definitivamente. Muy a mi pesar, por el futuro de éstas palabras y el mío, he de decir que... me gusta Antonio Machín. Me gusta su voz, sus canciones, el toque que les da, esas maraquitas, me gustan mucho. Antes lo había escuchado... pero estos días me empapé completamente de él, salí airoso y, sobre todo, satisfecho. En fin, ya estoy más tranquilo. He salido del armario una vez más. Menos mal que ya voy a dejar de escribir para hablar con mi novio, porque creo que no aguantaríais algún que otro sustito que os tengo preparado.

Después de escuchar la máquina de hacer Antonios (uséase, Antonio Machín.... vale, chiste malo y viejo... pero estoy cansado, es lo que hay), estuvimos bailando éxitos antiguos... muy muy antiguos. Con decir que, por ejemplo Miguel Bosé nos cantaba su "Super Supermán" con voz de niñito... y que Rumba 3 temía la llegada de su "Tiburón"... pero como pocos o casi ninguno sabe qué canciones de antaño son esas, os dejo enlacitos: la primera aquí (pero mirad qué gay bailaba Bosé, me encanta!), y la segunda... pues no he encontrado, je, imaginad cuán antiguo es... es rumba de feria hortera pero con marcha, con eso os hacéis una idea aproximada. Después de la "fiesta" y los bailoteos, nos fuimos a la cama, pues hay que descansar, para que a la mañana, pudiéramos madrugar. Madrugar, madrugar, yo no madrugué mucho, pero bueno, eso ya lo contaré próximamente.

Ya está. Esta fue nuestra Nochebuena. Noche en realidad manchada con los tintes de la soledad, pues me sentía más lejos de eGeo que nunca. Apenas unos minutos pudimos hablar, minutos que me parecieron injustamente escasos. Gracias a Dios, ya estoy aquí, y él ha llegado de Logroño, todo vuelve a su anómala normalidad.

¡¡Un besazo a todos!!