viernes, 7 de mayo de 2010




Y es que no puedo dejar de pensar en tí.

Porque te quiero. Te quiero. Y te quiero. Y no sé por qué te quiero.

Porque fuiste una oportunidad en mi vida. La gran oportunidad de ser feliz. Eras paz, tranquilidad, diversión, seguridad, mucha seguridad. Eras protección. Eras conocimiento. Eras armonía. Significabas mi reconciliación con el mundo. Te necesitaba. Eras especial. Porque una palabra tuya bastaba para sanarme. Pero dos fueron suficientes para matarme.


Y lo sabías. Pero te daba igual. A ti te daba todo igual. Creías controlar bien la situación. Te creías con derecho a ser Dios. Y en el fondo eras otro mortal más. Lo peor es que yo me lo creí, y te puse en mi altar. Te veneré y te adoré. Hasta que vi que todo el ascenso de Dante era en vano.


Y ahora no quiero saber nada más de ti. Pero necesito volver a relacionarme contigo. Aunque no puedo soportar tus palabras. Odio las palabras. Todo hubiera sido distinto si hubiésemos dejado las palabras de lado hace mucho tiempo. Hay otras formas de expresión.


Pero está el gran problema. El Problema.


Que me enamoré. Y que quiero estar contigo. Sólo y exclusivamente contigo.

Y tú quieres otra cosa.

Es una pena. Haríamos una bonita pareja. Pero tú quieres otra cosa que no soy yo. Y yo no puedo hacerle nada.


Así que he de retirarme yo, o habrás de retirarte tú. Porque en este momento hablamos un lenguaje diferente.


Ni puedo decirte lo que quieres escuchar, ni yo tendré lo que necesito oír.





(Me gustaría que en esta ocasión no me dejase nadie ningún comentario. Gracias.)