miércoles, 25 de febrero de 2009

La ciudad del mazapán, las espadas, el Greco... y las calles empinadas.

El viernes por la noche salí muy poco: tenía que descansar mucho para encomendarme hacia el gran viaje en coche hasta la ciudad de nuestros des
tinos. A las 8 de la mañana estaba en pie, y unas 6 horas después (con una parada para comer), llegaba allí, a Toledo, el lugar en el que debíamos pasar nuestras pequeñas vacaciones.



Nada más llegar, nos congeló el aire. Hacía sol y poco viento, pero la temperatura media de allí dista mucho de la de aquí. En los tres dias soleados, estuve en todo momento con tres camisetas y un jersey, por la noche con chaquetón incluído, y es que yo soy muy friolero, hasta en la zona más calurosa de España. Pero en general, el tiempo fue bueno, mucho, el cielo se mantuvo coloreado de nubes preciosas. Al igual que el hotel, una vieja casona cerca del río Tajo, de pocas habitaciones, pero muy acojedor. Mi hermana y yo compartiríamos una habitación, y mis padres otra.

Tras llegar el sábado, sobre las 4, y dejar las cosas en el hotel, nos dispusimos a hacer turismo puro y duro, con cámara al cuello, como ha de ser. Estuvimos visitando el centro antiguo, la catedral, la zona del Alcázar, los parques, el Entiero del Señor de Orgaz (y no Conde, como muchos dicen, como bien decía un guía a su grupo... pero en japonés), etcétera. He fotos, y fotos, muchas fotos, como la que podéis ver allá arriba. Hasta que la noche cayó sobre nuestras cabezas, y en la plaza central, llamada Zocodover, cenamos. A las 11 de la noche ya estábamos metidos en la camita, reventados, preparados para conciliar el sueño y comenzar un día nuevo, igual de agotador que el anterior.

El domingo por la mañana a las 8 de nuevo sonaba mi móvil, ya que el servicio de despertador (realizado por mi madre) cumplía su cometido. Ese día estuvimos en Aranjuez, viendo el Palacio Real, sus jardines, sus fuentes, aprendiendo su historia, admirando sus cuadros, haciendo fotos y fotos... claro está, fuera del museo. Eso no me gusta nada... que te prohíban hacer fotografías, incluso sin flash. ¡Cómo me gustaría tener un permiso especial, para fotografiar tantas cosas bonitas que no puedo retratar, dentro de los museos! Aunque... bien, seré sincero. Alguna que otra vez mi dedo se deslizó por el botón de disparo, estando casualmente la cámara encendida, y el obturador se abrió y se cerró a una alta velocidad, capturando así el motivo a retratar. Pero pocas fotos buenas hice ese día, tan solo en el parque. Después de pasear y pasear, hablar un poco con mi chico, volver a pasear, nos fuimos a comer. Muchos niños se nos acercaban con folletos de diferentes lugares, muy atrayentes (los restaurantes, no los niños, aunque bueno, había uno que...), pero muy lejanos. Fuimos entonces a parar al lugar más cercano, un Gambrinus. Chicos y chicas aranju... de Aranjuez, nunca vayáis al Gambrinus que está cerca del Palacio Real. Es una caca de vaca. Nos tuvieron hasta las 4, sí, desde la 1 de la tarde hasta las 4, para que nos pusieran la comida. Eso sí, el crèpe con pollo y salsa rosa estaba riquísimo... pero para que llegase, tuvimos que esperar mucho, mucho tiempo, además de la "empanaera" de la camarera. Que si nos pone una cerveza con alcohol en vez de una sin, que si no me trae cubiertos a mí, que si se le caen los platos y tiene que volver a cocinarlo todo... hasta mi madre tuvo que ir a la barra del local, a preguntar por nuestros crèpes... y allí estaban, fríos, que se le habían olvidado a la señorita. Al menos, para sacar algo bueno del almuerzo, se le olvidó cobrarnos las bebidas... algo es algo.



Volvimos derrotadísimos, más que el día anterior. Tanto que apenas salimos a dar una vueltecita al anochecer, casi nada. Las chicas no quisieron cenar, se fueron a sus habitaciones, pero nosotros, los hambrientos, nos fuimos a comer por ahí. El local tampoco era nada bueno, nos pusieron unos calamares que daban pena, pero también se aprovechó el momento. Hablé mucho con mi padre de todo el tema. Él lo sacó, se le veía con ganas de entablar ese tipo de conversación. Hablando de eGeo, de su madre, de mí y de la mía, de nuestra relación, de qué bonito era el amor, de su vida pasada. Me contó que él había hecho exactamente esto que yo planeo hacer. Él se fue de casa a los 18 años de imprevisto, a estudiar ingeniería a Sevilla con su novia de entonces. Allá, pasó de todo, de la novia, de los estudios, de sí mismo, perdió el tiempo. No tenía apenas dinero, por lo que pasado un tiempo tuvo que volver a casa, cual hijo pródigo. Me dice por todas sus experiencias que si es lo que de verdad quiero, que lo haga. Que, aunque salga mal, nunca me arrepentiré, como él no se arrepiente de haberse equivocado. Él me va a apoyar, me va a animar, pero nunca me va a decir lo que debo hacer. Por dos cosas, sospecho, que se enfrentan: que él no quiere que se repita la historia y que lo pase mal, como buen padre que advierte, y que él quiere que yo sea feliz, haciendo lo que quiero, tomando mis decisiones. Por ello, no quiere meterse en el tema mucho. Y a mí, me parece bien. Creo hacer lo correcto. En fin, el tiempo dirá. (De este tema se habló mucho más, sobre lo que me explayaré más adelante).

Los dos primeros días en Toledo... maravillosos. ¡No me podía quejar!

Quiero decir, que no me podía quejar, ya que nada me faltaba... a parte de lo que me falta siempre.

Tú.

¡¡Un besazo a todos!!


(Tranquilos, continuará)