viernes, 17 de octubre de 2008

eGeo y Gato - Cuarta parte: Desayuno con mi diamante



A las 7 sonó el despertador. Fue la primera vez en mi vida que me alegra oirlo, a ver cuándo toca la segunda. Me levanté, recordé lo de la noche anterior... y entonces pensé que podría ser todo un sueño, una mala jugada de mi mente, el engaño de mi subconsciente desesperado... pero al ver su foto, y sentir en mi cuello su pañuelo, salté de emoción en el baño y grité en silencio. ¡Era verdad!. Me duché rápidamente, y a la salida, vi sus llamadas perdidas: ¡el pobre me había llamado cuatro veces, se pensaba que estaba dormido!. Se lo cogí a la última llamada, y le dije que a las 8 estaría debajo del hotel como un clavo. Le mandé besos. ¡Son los besos más reales que he mandado nunca por teléfono! 

Como una bala, me duché, me peiné, me lavé los dientes unas cuantas veces, volví a peinarme e intenté arreglar mi vestimenta con lo poco que tenía: una camiseta de manga corta de quechua azul, una camiseta de manga larga totalmente blanca y fina, y una camisa de cuadros verdes, no precisamente muy bonita, pero que sí abrigaba. Y mis pantalones de siempre con las correspondientes zapatillas de peregrino. También me volví a perfumar con el pequeño frasquito que tenía, lo gasté del todo. La verdad, no sé si notó el perfume... pero yo aún lo noto en su pañuelo, lo que me hace recordar ese momento. Así, siempre que quiera sentirme más cerca de él, me echo mi perfume, y así creo estar a su lado una vez más.

A las 8 bajé, listo, dejando a mi padre dormido. Habíamos quedado en vernos a la 1 en el hotel, listos con las mochilas, para salir ya a andar hacia Navarrete. Bajé por el ascensor de cristal, y al pasar frente al mostrador, allí lo vi, tan guapo como lo había soñado, alto y delgado. No lo voy a volver a describir, tranquilos... Nos saludamos, un abrazo, y ya desde entonces se dibujó una sonrisa en mi cara que en todo el día no desapareció. En ningún momento pensé que se podía estar tan bien en la calle a las 8 de la mañana un sábado. Anímicamente, yo era la ostia, pero físicamente... bueh, la verdad es que tenía frío. Ocho grados centígrados marcaban los termostatos. Pero a su lado, me daba igual... pues en cuanto podíamos, me cogía de la mano y me calentaba con su suave piel. ¡De ensueño!

Fuimos paseando por la solitaria y gran ciudad hasta un parque. Me gustó mucho Logroño, tiene edificios muy antiguos, altos, y las calles muy muy espaciosas. Tiene algo especial Logroño... algo no tan especial como mi niño, por supuesto. El parque era muy bonito con alta arboleda y una fuentecilla en el medio, aunque parecía frío, quizás porque era un parque a las 8 y cuarto de la mañana. Nos sentamos en un banco, delante de la fuentecilla seca, y nos apretujamos. Me gustaba ver la fuente y los árboles al frente, girar el cuello, y con este simple movimiento, ver al amor de mi vida tan cerca. No nos pudimos besar mucho, o casi nada, solo darnos la mano y acariciarnos muy pegaditos, temiendo que le viese alguien conocido. Pero quién va a haber en la calle a esas horas, chico... yo estaba por saltarle y ponerme encima suya y besarle con la misma pasión de siempre... pero no, para la locura ya habría tiempo dentro de poco. Solo podíamos darnos la mano, y a escondidas. ¡Maldita sociedad hetero, a ver cuándo cambian las cosas, pero DE VERDAD!. Nadie nos dijo nada, por supuesto... solo un somnoliento barrendero nos saludó, extrañado al ver a dos adolescentes tan sonrientes en aquellas intempestivas horas de la madrugada.

Pero somos jóvenes, y siempre tenemos hambre. Me llevó por una calle enooorme y muy ancha, preciosa, creo recordar que la Gran Vía, hasta una cafetería muy mona estilo Starbucks. Allí nos sentamos en una mesa normal, uno delante del otro, a comernos nuestros respectivos desayunos. Un croissant y un colacao para él, y un donuts normal con el correspondiente capuccino para mi, todo lo pagué yo, no quería que él gastase nada, solo sus labios conmigo. El me dió un poco de su croissant (que estaba bueno, pero no tanto como él... puff, hoy llevo el día de piropeo, verá cuando le llame, le pienso ruborizar...), y yo le di con mi cuchara un poco de mi delicioso capuccino, algo fuerte como me gusta, y con espumita y canela por encima. Pero no le gustó, es normal, ya nos acostumbraremos el uno al otro con el tiempo, si el plan sale bien.

Salimos de la cafetería y anduvimos un poco más, hacia su barrio. Pasamos cerca de la casa de Borja, al lado de una iglesia horrorosa, me contó donde compraba las chucherías... En ese momento tuve una sensación muy extraña, la misma sensación extraña (pero boniiiita) que siempre, el estar en el mismo lugar donde él había pasado todos los años de su vida. Incluso me dijo dónde había vivido antes, cerca del parque donde estuvimos, y me sentí sin quererlo como un poquito más a su lado, más cercano a su vida y a su historia de lo que ya de por sí estaba. Y más lo sentí cuando pasé por su portal... por el número tal de la calle cual... aquel portal que ya había visto en una foto, allí estaba yo. Qué pena que en su piso hubiese gente... porque me habría encantado subir, ver su casa e ir a su cuarto, conocer su área más íntima, sentarme en su cama, ver su ropa y escuchar su música. Pero de todas formas, íbamos a hacer otra cosa, sí o sí, en otro lugar, en la montaña que se divisaba desde la carretera, ya a las afueras de la ciudad...


¡Continuará!


Un besazo a todos!!


PD: esos serán nuestros desayunos dentro de un año... solo que con más pelo, claro.