sábado, 27 de noviembre de 2010

Vagancia

Venga, va, me atrevo. Tengo ganas de escribir, largo y tendido. Y además, seguro que a más de uno le ha pasado esto.








Realmente no sé cómo empezar. Ni qué voy a empezar, exactamente. Me siento a escribir hoy porque es un día bonito, un sábado tranquilo, lleno de paz. Tras una dura semana de entregas de proyectos y teoría, y un examen de física, el sábado amanece lloviendo. Es esa lluvia eterna, inagotable, fina, dulce, que te arrastra río abajo hacia los mares que hacía tiempo no navegaba. Hoy es un día de recordar. De recordar a Adán, a mi amigo negrito y las noches que pasaba en su cama, con 15 años, también a mi época dorada como blogger. La lluvia también me lleva hasta Alemania, hasta aquel pequeño edificio encantador de la calle Ganzenmüllerstraße en Freising. Dicen que nunca se debe volver al lugar donde una vez fuiste feliz. Pues yo tentaré mi suerte y trataré de ir este verano. Solo o acompañado.


Acostarme a las tantas y dormir hasta tarde. Es una experiencia extraña, todo el mundo la ha vivido. Es agradable y molesta a partes iguales, al menos para mi. Agradable porque significa no hacer nada, y eso siempre sienta bien. Y molesta porque ese no hacer nada pasa factura. El cuerpo se relaja en su comodidad, y la actividad mental se anula, suspende. Es como estar muerto en vida. Te quedas sin fuerzas y no eres capaz de pensar nada. Súmale una ducha de agua hirviendo, y la tensión te bajará sobremanera. Quizás algún proyecto tímido cruce tu mente, pero no conseguirás sacarlo a la luz. La cama deshecha es nuestro mundo, lo que hay afuera es solo un fondo que nos trae sin cuidado. Lo malo del invierno es que el día apenas existe. El despertar al mediodía y el rápido atardecer del invierno hacen que las noches parezcan una, más si es el cielo es nublado y gris como hoy. En verano es diferente, pero igual de triste pensar que durante un día no nos ha tocado el sol, al menos para mi, yo que lo necesito tanto. Estos días son como un sueño que apenas retenemos, un recuerdo difuso difícil de recuperar. Cuando nos damos cuenta de que son días que están en el calendarios, días que se nos han sumado a la sien, es ya demasiado tarde, y solo cabe lamentarse. Pero ahora nos da igual: los párpados siempre pesan y, a pesar de que intentemos escuchar música, todo son sonidos extraños. Las canciones pasan y pasan y sólo de vez en cuando reconoces el lejano murmullo. Es parte de la ensoñación, hay bandas sonoras anodinas.

El reloj se convierte en enemigo. Avanza demasiado rápido, no avisa.

A decir verdad, odio estos sábados y domingos sin nombre. Odio la comodidad momentánea. Odio estar bien un instante, sabiendo que acabará pronto, y que habré de pagar un caro precio por ello. Estos días son como el caviar, o como cualquier otro capricho por el que haya que pagar mucho. Y no paro de pensar que allá afuera, que mis amigos, estarán viviendo plenamente. Estudiando, saliendo, conociendo a gente, ligando, haciendo fotos, creando, experimentando, sintiendo. Y que yo sigo en mi estado vegetativo. Sólo espero no acordarme de estos momentos cuando esté al final del camino, o me arrepentiré. Y el arrepentimiento es lo peor.


¡Basta ya! Hemos de luchar contra este letargo. Porque TENEMOS que llenar nuestra vida de VIDA. Porque no podemos permitir que el vacío ocupe más que la acción. Porque al final sólo quedan recuerdos, acabarán siendo el bien más preciado. Recuerdos, experiencias, momentos que almacenar. Evitemos estos momentos caducos que tanto nos costarán. Trato de luchar, al menos tengo ya la mente activa: estás aquí escribiendo tus parrafadas, como las antiguas, sobre temas que poca novedad tienen, y a quienes nadie va a interesar. (Me gusta jugar con las palabras, son como un puzzle en el que las piezas encajan como yo desee. Tengo el poder de un Dios con ellas.) Hay que sentir, lo que sea, pero sentir. Nunca me he arrepentido del sufrimiento, de los llantos, del dolor, tampoco de la felicidad que cuesta, pero que permanece. Y este momento no es feliz, nadie es feliz así, muerto.

Como dice Maquiavelo, "vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse".


Así que hala, manos a la obra. Me voy a dibujar, a trabajar, a fotografiar, lo que sea, aunque no tenga el qué.


Estoy harto de estos bostezos que no llevan a ningún sitio. Abrir la boca para no decir nada.