domingo, 1 de febrero de 2009

Llueve


Hoy no ha parado de llover en todo el día. La nube perversa nos ha seguido durante todo el día, desde la casa de mis abuelos en Palma del Río hasta Fuengirola. Ni un segundo han dejado las gotas de percutir sobre el suelo, el metal, las maderas, o la tierra ya empapada. Gotas suicidas... lo que me recuerda a...

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.   
Julio Cortázar
Me gusta ese texto de ese buen hombre. Como me gustan los días de lluvia... menos cuando son oscuros. Cuando la cantidad de nubes en el cielo lo cubre totalmente y no nos deja ni percibir el leve resplandor del sol a través de todas sus partículas suspendidas, huyo aterrorizado, y hago lo peor que puedo hacer. Encerrarme en mí. Pensar. Está visto que no es bueno pensar, y menos en un día sin luz. Pensar que todo va mal, que estoy en un callejón sin salida, que el futuro no se divisa como el supuesto astro rey, que no se sabe si está o nos ha abandonado. Ahora me entra miedo, mucho miedo, por mil cosas que están pero no las veo. Un escalofrío recorre mis piernas hacia arriba, puede ser por la vibración del ventilador del ordenador, de este ordenador que me permite abrirme a vosotros, y a mí mismo. Y que me deja escribir tonterías sin ton ni son, porque sí y porque no, sin saber qué estoy haciendo.

La nube ya nos empezó a seguir este viernes pasado. Salí con Alicia (¡ex-Lara, recordad, apreciados lectores!) y otra chica, lesbiana, pequeñita, muy graciosa. No tenía ganas de hablar, así que escuché atento los problemas de esta chica divertida y curiosa, mu salá, como las que suele haber por aquí, que pa algo esto es Andalucía. Aprendí de ella mucho y le cogí un poquito más de cariño, algo fácil en una persona como ella. Mientras estábamos sentados en la terraza de un local, empezaron esas gotitas suicidas a inmolarse contra nosotros. Ese leve golpeteo en la chaqueta que repentinamente se convirtió en un torrencial furioso, haciéndonos esconder en diversos portales, y obligándonos a ponernos en la cabeza las palestinas como ridículos borrachos. Llegué a casa a las 1 y media con los zapatos chorreando, el pantalón más oscuro de lo normal y el susodicho pañuelo con el triple de peso. La noche se calmó y su cielo resplandeció luminoso cuando oí la voz de eGeo.

Ahora estoy triste. No soy una persona feliz. Tenía mil temas preparados de los que hablar, en el viaje de vuelta quería contaros todas las cosas que se me habían pasado por la cabeza en estos dos días. En cierto momento, se han esfumado, y no han vuelto. Sé que volverán, junto con mis ganas de sonreír, cuando llame a eGeo. Cuando pueda sentirme más cerca de él. Ahora me siento lejos, y desdichado, mucho. En esta última semana, me ha costado horrores controlarme, podía echarme a llorar desconsoladamente en cualquier momento, y todo es por lo mismo. Porque es muy triste tener que hablar cada día por el teléfono una hora para que todo sea soportable. Es lo único que tengo, no me he de quejar, lo sé. Porque si no tuviese eso, si no estuviese mi niño ahí, nada sería soportable. Habría sucumbido ya, o sucumbiría dentro de poco, muy poco. Tengo miedo... porque no confío en mi suerte, ni en mi destino. Debería, pero no, a lo largo de mi vida, todo me ha salido mal. ¿Por qué debería cambiar? Y ahora, necesito, más que nunca, que alguien me grite al oído que sí, que esto va a cambiar, que de verdad voy a ser afortunado en mi vida... pero sólo me lo creeré cuando note en mi oído el aliento de ese grito.

Te quiero, eGeo. Lloro (sin lágrimas) de amor por ti.

Un besazo a todos.