jueves, 27 de noviembre de 2008

Recuerdos de Alemania

Esto lo escribí ayer... pero como no tuve internet en todo el día, no lo pude postear. Es largo y aburrido, no es necesario que lo leáis... pero aquí lo pongo, pues si lo escribí es por algo. Hoy no escribiré, tengo que estudiar dibujo, francés y filosofía. La semana que viene será eterna, en esa sí que desapareceré... la siguiente ya estaré más despejado, si acabo vivo entonces os contaré mi periplo a través de los primeros exámenes de 2º de Bachiller. Me acabo de dar cuenta, que ahora soy uno de esos preuniversitarios, como el preuniversitario que era el Rey del Recorte. Está visto, todo llega. 

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El día es frío, el cielo gris, la lluvia cae y los charcos han empapado mis pies a la vuelta del instituto. Y, para colmo, no tengo Internet, y no he podido hablar con mi niño eGeo hoy en el recreo, ya que estábamos recluidos en nuestro pabellón para resguardarnos de la lluvia.

La mañana ha sido aburrida, triste. Sobre los cuerpos tiritantes, caras largas, sombrías, labios pálidos, voces monótonas. Los profesores odiando a sus alumnos y viceversa, nadie soportaba a nadie, todos deseaban que el día acabase. Atrás quedaba el verano y su calor, ahora tocaba mirar por la ventana cómo las motos y bicicletas de los demás se empapan agua. Es bonito mirar a través de los cristales y sus caleidoscópicas gotas de lluvia, sentir el golpeteo de las suicidas contra toda superficie y ocultarse tras el vaho de tu aliento… es bonito, a mi me gusta… pero hoy no. Hoy echo de menos muchas cosas. Pienso en las vacaciones, en el camping, en la playa, en la piscina, en las navidades anteriores, en mi relación amistosa (y algo más) con el indio, cuando pasó todo un mes con nosotros, cuando él y su hermana se quedaban a comer con nosotros durante 2º o 3º de primaria pues su madre debía trabajar, cuando me fui a Alemania con ellos, cuando no quería imaginar mi futuro porque disfrutaba mucho el presente… Sólo he sentido verdadera paz, comparable con mis horas en el feliz Logroño, allí, en Alemania.

Ellos solían irse todos los años, los tres, la madre y sus dos hijos. Iban a la casa de un lejano familiar: el padre de la mujer (alemana) del hermano (hindú) de la madre del indio. Sin saber bien cómo, me invitaron a ir, y me atreví a hacerlo. Mis padres tenían confianza con ellos, había sitio y yo quería… todo era perfecto. El 4 de julio de 2003, a mis 12 años, tomaba el avión desde Málaga hasta Munich. Dos días antes empecé a escribir un diario para anotar lo que había ocurrido esos días… ese fue mi primer contacto con esa especie de literatura, la autobiográfica. Os transcribo lo que de manera tan mala redacté… perdonad mi mal estilo, recordad que tenía 12 años, hasta a mi me cuesta entender mi letra de entonces.

“Me levanté sobre las 4:30 AM desayunamos y nos fuimos hacia el aeropuerto. No encontrábamos la puerta de embarque porque había un fallo en los ordenadores y la informadora se equivocaba al decir “Caballeros y pasajeros del vuelo 8313 con destino münich con Air Berlin por favor embarquen en la puerta B??” (Esto está escrito con la letra del indiecito, por lo visto me lo puso él :P. Sigo.) Salimos con el avión sobre las siete. Llegamos a las 8:45 más o menos a Munich y a las nueve menos cinco llegamos a la casa que es muy grande y con un jardín con un conejo, dos gatos, dos tortugas y algunas gallinas. Cuando llaya habíamos dejado las maletas nos bajamos al parque donde jugé al badminton con el indio. Después fuimos a la casa un vecino. Allí conocí a Paul y a David (que por cierto estaba cañón, y tocaba la trompeta). Luego subimos a comer. Después nos quedamos dormidos y más tarde nos bajamos a jugar con Paul, y empezó a llover y nos subimos y cenamos. Luego fuimos a dar un gran paseo y volvimos e intentamos mandarle un mensaje por email a mi padre. Luego nos acostamos.

¡Bueno, hasta mañana! Espero pasar una buena noche (¡y vaya si la pasé!)”


Waw, qué mal escribía… espero que la cosa haya cambiado y mi nivel mejorado con el paso del tiempo. Por supuesto, las acotaciones entre paréntesis son del tiempo actual. Ya con 12 años, ese tal David tan guapo me interesó muchísimo, era mayor, rubio, pelo larguito, rubio, y con buen cuerpo. Por aquel entonces, yo era muy muy pícaro y hablaba con el indio sobre sexo… bueh, nos decíamos que nos hacíamos pajas y tal… pero de ahí a llegar a tocárnosla pasó mucho tiempo, como dos años. Miento. El primer contacto con un chico, o sea, él, fue en las navidades en las que él se quedó conmigo. Una noche nos íbamos a cambiar de ropa en el cuarto, pero nos daba corte. Así que yo, con esa picardía que ya empezaba a salir, le dije que a mi no me importaba que me viese sin pantalones, por lo que él también se los quitó delante de mi. Le dije que si me la enseñaba, yo hice lo mismo, nos atrevimos a tocarla… y ya está. Me acuerdo que yo no quería tocársela mucho, pero como él quería, me prometió que a cambio me dejaría jugar a 10 Game Over en el Mario 64 de su Nintendo 64 de segunda mano que la madre le había conseguido regalar, y lo hice. También recuerdo perfectamente que se pasó toda la noche con su mano metida entre mis piernas, me dormí con su tacto. Tocando, acariciando, a mi me gustaba, pero ninguno de los dos sabíamos lo que era masturbarse ni para qué servía eso. Teníamos unos 10 años, y muy poca información, aunque yo ya empezaba a descubrir ciertas cosas.

Eso solo ocurrió una noche. De ello no hemos vuelto a hablar, aunque sí lo hayamos repetido. En Alemania no pasó nada de ello. Ya empezábamos a distinguir nuestras personalidades, él se daba de chulito, de experimentado, pero en realidad es como todo: apariencias, nada en el fondo. Aunque parecíamos muy diferentes, uno castaño casi rubio y de piel blanquísima y otro negro tanto en pelo y piel, estábamos muy unidos y nos teníamos mucho cariño. Su madre era para mí como mi segunda madre, era una persona muy especial. Con su hermana me llevaba igual que con la mía, nos picábamos e insultábamos, me hacía irritar con facilidad.

El primer año pasé 26 días en un pequeño pueblo cercano a Münich, Freising. Recuerdo que era realmente precioso, como los de las películas. Varias iglesias impresionantes y grandes, creo recordar que en una de ellas había una desmesurada persiana de varillas en la que se podía vislumbrar la silueta de la torre cuando el sol la atravesaba en cierta hora. La casa estaba en una calle muy arbolada… recuerdo hasta el nombre, pero como está en alemán, no recuerdo la manera de escribirlo. En realidad la casa era un pequeño edificio de unas 4 plantas y un ático, propiedad de la familia que me acogía. Un edificio de los de antes, muy grande, suelos enmoquetados, sillas robustas, cuadros antiguos, platos labrados y fotos de familias rubias en las paredes forradas de aislante madera, caldera para calentarnos, fogones en la cocina, plantas y enredaderas por todos sitios, ventanas imponentes con vistas a la infinitud de tejados oscuros con sus ventanas y chimeneas. Vivíamos en la última planta, dividida en dos, se alquilaba la segunda. Y aun así, la primera era suficientemente grande, como un piso de los de aquí. La familia que nos acogía era un matrimonio muy mayor, de 76 años, Opa y Oma, abuelito y abuelita respectivamente. El alemán, excombatiente en la 2º Guerra Mundial, era alto, delgado, pelo grisáceo, un deje curioso en la mano, que en cada comida agarraba una botella de cerveza de la región. Aseguraba que beber tanta cerveza y darse una ducha de agua fría al levantarse a las 6 era lo que le permitía subir montañas, ir en bicicleta a todos sitios y tener toda la fuerza que tenía. Su esposa era una mujer bajita, de cara agradable y regordeta, pelo rizado y blanco, ojos azules, una voz dulce, dolores en la espalda y una increíble habilidad culinaria. Con ellos, en esa casa, pasé el mejor mes de mi vida.

Por la mañana me levantaba a la hora que quería, sobre las 10 u 11, desayunaba un vaso de leche con mis somnolientos amigos, nos cambiábamos y salíamos al jardín del edificio. Tenía muchos árboles, columpios, un tobogán, red de badminton, un pequeño huerto con su invernadero donde solían tomar el té por las tardes los ingleses que alquilaban el último piso, y, como ya dije hace 5 años… conejos, gatos, gallinas, tortugas, muchos animales. Allí pasábamos muchas mañanas y tardes, jugando con los vecinos, al fútbol, con las raquetas, o simplemente corriendo al escondite. Debajo de la casa había un sótano, una especie de búnker pequeñito para cada familia, donde Opa había instalado su pequeño taller de madera. Mi amigo y yo nos la dábamos de carpinteros y hacíamos sillitas, mesitas y avioncitos inviables con las ramas y los trozos de contrachapado que encontrábamos, y los clavos que Opa nos daba. Aún mi hermana tiene un armario que le hice para que guardase la ropa de sus barbies.

Otras mañanas nos levantábamos mucho más temprano e íbamos a visitar el pueblo, o las ciudades cercanas. Recuerdo los largos paseos que dábamos por todas sus calles y los campos aledaños, el verdor fresco que desprendía cada porción de tierra cultivada o sin cultivar, los jinetes en caballo que paseaban por delante, las parejas sacando sus pastores alemanes al campo, los grupos de boys scouts tan graciosos que se veían en los inmensos bosques. En varias ocasiones abandonamos la paz del pueblo y en tren nos dirigíamos a la ciudad, Münich, a visitar al tío del indio, a ver la imponente Marien Platz, los centros comerciales, los estadios de los antiguos juegos olímpicos, el mercadillo de ciertos días, los palacios o los muchos museos, como el de la ciencia o el aeronáutico.

Recuerdo con cariño muchos detalles. Sentarme bajo los árboles con el indio a leer el libro de Harry Potter que su madre me regaló, aprender los números en alemán que David me enseñaba, escuchar a Les Luthiers en mi viejo walkman que me compré días antes de salir de viaje, me pareció carísimo. Aprender los tipos de árboles que había en la zona gracias a la inteligente madre del indio, escribirle mails toscos a mis preocupados padres, llamar a mi hermana por su cumpleaños y que se echase a llorar porque me echaba de menos, comer los tomates que nos encontrábamos en los huertos de los paseos, ir a las inmensas piscinas municipales con el guapo de David y acabar haciéndote amigo de muchos chicos de los que no entiendes ni su nombre. Mil y un detalles me han venido durante las dos horas escribiendo a mi cabeza, en esta tarde sin conexión a Internet, en esta tarde fría y oscura, encerrado en mi habitación con las persianas bajadas y sólo la iluminación de la pantalla.


Qué lejanos quedan esos momentos… por un momento he vuelto al pasado, y me he olvidado de todo, de todos. Ahora me cuesta demasiado volver, quitar las piernas de la cama y mirar a mi alrededor. Saber que todo ese bello momento pasó hace demasiado tiempo. Pero peor aún es saber lo que pasó después. Conocer a Adán, aclarar con él mi homosexualidad… y descubrir el odio. Era feliz, allí. Ya lo he descubierto, no puedo decir que no. Soy feliz fuera de mi ambiente. Soy feliz en Alemania, cuando estaba en Portugal, cuando fui a París con mis padres, soy feliz en Logroño cerca de la persona que más quiero en este mundo depravado y cruel. Pero aquí, ahora, en mi casa, en mi ciudad, no. No soy feliz, no puedo serlo. Necesito ser libre, poder respirar aire puro, ver el sol amanecer como veía allí, y no la pared infinitamente blanca tras los blancos barrotes de mi ventana que me impiden ver siquiera una porción de cielo. Allí era feliz, comprendido, se me escuchaba, podía hablar sin miedo, aquí no, aquí se me cohíbe.

Siempre he pensado una cosa, y ahora estoy más seguro de ello. He nacido en el sitio equivocado, he sufrido las situaciones inoportunas y he actuado de la manera menos acertada. Antes pensaba que toda mi vida sería así, un eterno error… pero ahora veo que no. Alrededor mía se han creado unas circunstancias que podré abandonar, no me seguirán. Podré ver las cosas de otra manera, rodeado de beneficentísimos entornos, más que nada porque lucharé por ello. El primer y más importante, pero desgraciadamente doloroso, período de mi vida fue sólo una experiencia de empezó mal y terminó peor, pero que, como todas las pruebas, acaba terminando. Todavía no he salido del todo de ella… pero estoy seguro de que lo haré. Entonces sentiré la misma paz y armonía con el mundo que sentía allí, y sobre todo, la paz conmigo mismo. Eso es lo que necesito, que no encuentro aquí. Seguridad, autoestima, confianza, pero también respeto por mí mismo, tenerme en cuenta y ver que valgo lo que valgo, aunque no esté bueno ni sea guapo. Necesito esa armonía para darme cuenta de lo que soy, y alegrarme por ello.

¡¡Un besazo a todos!!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bonito oye.........

Viva INMORTAL, de LA OREJA DE VAN GOGH!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Seré inmortal, porque yo soy tu destino.....que corto fue el amor, y que largo el olvido.......tengo escritoen un supiro aquellas palaras que nunca dijimos.........seré tu luz, seré un disfraz, una farola que se encienda al pasar, cualquier mariposa, la estrella polar, que vine sola y muy solita se va..............seré inmortal, porque yo soy tu destino. XAOOOO!!!!! (Es que precisamente hoy m siento SUPER feliz, y quiero compartirlo!!!!!!

Nos vemos, A las cinco en el Astoria.

eGeo dijo...

Ojalá la próxima vez que pises alemania sea a mi lado :) por cierto, nuestra habitación tendrá vistas a la calle y no como la tuya que no ves ni el cielo...
Así que verás el cielo conmigo, jejeee. Te amooo!!

Alberto Axe dijo...

que romantico eGeo que envidia de la buena...
saludos Gato disfrutalo al igual que egeo, rodeate de buena gente, con armonia y sensibilidad, veras que todo cambiara para bien, intenta que todo vaya bien, de manera feliz y diviertete que para eso estas vivo no?
mucha suerte y besos gatunos :P

Charlieindio dijo...

Gato, lindisimo recuerdo, la vida es así cambiante, linda por momentos y fea en otros momentos, lo importante es caminarla, sin dañarse y saber recojer las piedras en nuestro camino con sabiduria, pudiendo trascenderlas.
Abrazzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzo
Charlieindio
Bs As Argentina